Escuchemos...
Estamos caminando, huele a humedad, se puede sentir la brisa, e incluso escuchar las olas golpear contra las rocas. No es una playa, es algo parecido.
¿Estamos descalzos? Bien, porque es indispensable estarlo y sentir el frío del suelo, es arena, son rocas, la arena y sus minerales, ya saben...
Bien, entonces sigamos caminando... ¡Oh! Esperen, me quiero sentar, es que en ésta parte, el agua se aprecia perfectamente, estamos en algo así como una vertiente. Es de unos 15 metros. Pero no se siente el vértigo, pueden creerme, sólo vean el paisaje, agua a nuestro horizonte, árboles a nuestro costado. Al mirar hacia abajo, al parecer no hay rocas, se ve provocativo, saltaría, pero no creo que a ustedes les guste saltar, así que no lo haré ¿Vale?
Bien, a levantarse, seguimos, vamos en bajada, ahora sí se ve una orilla, es mar, y es limpia, ¿Sorprendente, no?
Vamos, sintamos la orilla...
Lean despacio, sientan el sosiego que se siente ir de paseo...
Oh, que preciosura, vean, es una tortuguita de mar, que belleza. Yo incluso podría sentir envidia de ella, es tan hermosa, tan pequeña, de seguro no le interesa el tiempo ¿Y para qué? Va despacio, así deberíamos ir por el mundo, despacio. Deberíamos aprender de ellas.
Bien, si seguimos caminando veremos nuestra casa... ¿La ven? Algo humilde, pero encantadora, es chica, pero tiene 1 piso más por fuera, es algo así como una terraza. Color blanco, puerta de madera, persianas del mismo color, sólo 2 cuartos, 1 baño, cocina finita porque está dividida con el comedor, y sala de estar. La sala es de tamaño conforme, no hay televisor ya que acá no hay señal. Sólo un pequeño radio de mi abuela, algo ochentoso, 2 sillones para 3 o 4 personas, y 2 bibliotecas pegadas a la pared. Si les digo, lo que me encanta apreciar al despertar son los cuadros en la pared. Son vívidos, algo surrealistas.
Tengo una mascota, un lobo siberiano, me acompaña en las mañanas a dar un paseo.
Mi cuarto está desordenado, pues vivo sola, ya se imaginarán.
No crean que estoy a la mitad de la nada, es que los vecinos están a unos 2 o 3 km de distancia. A veces hacen celebraciones, fiestas folclóricas y eso. A veces voy, son muy amables, y quién no lo sería viviendo por acá, nadie podría estar amargado, ni ganas quedan.
Bueno, ya, vayamos a la terraza, está oscureciendo y ésto es lo más hermoso de todo...
Oh, ya salió la luna, miren, maravíllense. Se ve cerca ¿No?
Sí, siempre es así. Grande y brillante, lo esplendoroso es cómo se refleja su brillo en el mar. Y las estrellas, bueno, por montones!
Quienes sepan de constelaciones puede apreciar que acá se ven varias. Es realmente un deleite. Yo por desgracia sólo sé del Cinturón de Orión.
Wao, escuchen el oleaje, al parecer son más de las 7, pues las olas golpean con más intensidad a esas horas.
¡Salgamos! Debo mostrarles una última cosa.
-Oye, oye diego, tú también sal, nadie debe quedar aquí, ya tendrás tiempo para usar los binoculares, tienes toda la madrugada, puedes dejar tu mochila aquí.
Bien, salgamos por detrás, es cerca de una mini cueva, al parecer tiene miles de años, por más que llueve nada que cambia su estructura, ni el viento la altera lo suficiente. Lo único fue un sismo hace unos 15 años, el fondo estaba algo extraño, como desnivelado, y hubo un deslizamiento, pero no había más que trastes. Luego de eso lo desalojaron, y vaya que fue bueno, miren ahora lo que hay, ya llegamos.
- Parece polvillo de hada
- Jajaja, no Diana, no lo es
- ¿No estará encantado ésto Miss Becker?
- Oh Diego, tú no eres de creer en esas cosas
- No, pero sería divertido -Responde-
- Sí que lo sería, Angela, no has dicho ni una palabra en todo el recorrido, he escuchado murmullos, pero ninguno con tu voz
- No creo que haya que decir algo Srta, todo ésto parece mágico, la magia no merece más que silencio, y ser apreciada
- Es cierto, te comprendo totalmente...
Bien -Prosiguió Miss Becker- Acerquémonos un poco más, las luciérnagas no comen, o bueno, no he escuchado de ningún caso.
Luego de un rato en la cueva, todos volvieron a casa, los chicos acamparían detrás de la casa de Becker, sólo Diego y Angélica quedaron en la terraza.
Y, adivinen quién se tiró por la vertiente esa madrugada estrellada...
No fue miss Becker, no fue Diego, no fue Angélica ni los primos de Dian... Pues ya para qué nombrarla.
Diana fue quien planeó el viaje, trajo los binoculares, trajo un diario para que Angélica en silencio escribiese ya que no era de hablar mucho... Y para ella, sólo ahorró valor, siempre había soñado con tirarse de un acantilado, pero era asmática, podía morir, y que desgracia sería, que desgracia...
Pero no para ella, ella disfrutó el viento que hubo mientras estuvo en el aire, si no hubiese sido por las rocas que no se veían, hubiese sobrevivido.
Desgracia para Diego, que la amaba.
El último día de estadía, todos estaban sorprendidos, arrepentidos de ir hasta allá, y tristes, sin duda, pues regresarían sin el alma del grupo.
La madrugada que debían irse los chicos, Miss Becker invitó a Diego otra vez a la cueva, él fue en silencio, a lo que se paralizó, lo comprendió, miro el fondo, ya no habían miles adentro, todas estaban alrededor, y sólo una adentro, entonces esa luciérnaga volaba en círculos, a lo que Diego se acercó, era la pulsera de Diana.
Qué bella luz, no la de la luciérnaga, sino la de la pulsera.
Estamos caminando, huele a humedad, se puede sentir la brisa, e incluso escuchar las olas golpear contra las rocas. No es una playa, es algo parecido.
¿Estamos descalzos? Bien, porque es indispensable estarlo y sentir el frío del suelo, es arena, son rocas, la arena y sus minerales, ya saben...
Bien, entonces sigamos caminando... ¡Oh! Esperen, me quiero sentar, es que en ésta parte, el agua se aprecia perfectamente, estamos en algo así como una vertiente. Es de unos 15 metros. Pero no se siente el vértigo, pueden creerme, sólo vean el paisaje, agua a nuestro horizonte, árboles a nuestro costado. Al mirar hacia abajo, al parecer no hay rocas, se ve provocativo, saltaría, pero no creo que a ustedes les guste saltar, así que no lo haré ¿Vale?
Bien, a levantarse, seguimos, vamos en bajada, ahora sí se ve una orilla, es mar, y es limpia, ¿Sorprendente, no?
Vamos, sintamos la orilla...
Lean despacio, sientan el sosiego que se siente ir de paseo...
Oh, que preciosura, vean, es una tortuguita de mar, que belleza. Yo incluso podría sentir envidia de ella, es tan hermosa, tan pequeña, de seguro no le interesa el tiempo ¿Y para qué? Va despacio, así deberíamos ir por el mundo, despacio. Deberíamos aprender de ellas.
Bien, si seguimos caminando veremos nuestra casa... ¿La ven? Algo humilde, pero encantadora, es chica, pero tiene 1 piso más por fuera, es algo así como una terraza. Color blanco, puerta de madera, persianas del mismo color, sólo 2 cuartos, 1 baño, cocina finita porque está dividida con el comedor, y sala de estar. La sala es de tamaño conforme, no hay televisor ya que acá no hay señal. Sólo un pequeño radio de mi abuela, algo ochentoso, 2 sillones para 3 o 4 personas, y 2 bibliotecas pegadas a la pared. Si les digo, lo que me encanta apreciar al despertar son los cuadros en la pared. Son vívidos, algo surrealistas.
Tengo una mascota, un lobo siberiano, me acompaña en las mañanas a dar un paseo.
Mi cuarto está desordenado, pues vivo sola, ya se imaginarán.
No crean que estoy a la mitad de la nada, es que los vecinos están a unos 2 o 3 km de distancia. A veces hacen celebraciones, fiestas folclóricas y eso. A veces voy, son muy amables, y quién no lo sería viviendo por acá, nadie podría estar amargado, ni ganas quedan.
Bueno, ya, vayamos a la terraza, está oscureciendo y ésto es lo más hermoso de todo...
Oh, ya salió la luna, miren, maravíllense. Se ve cerca ¿No?
Sí, siempre es así. Grande y brillante, lo esplendoroso es cómo se refleja su brillo en el mar. Y las estrellas, bueno, por montones!
Quienes sepan de constelaciones puede apreciar que acá se ven varias. Es realmente un deleite. Yo por desgracia sólo sé del Cinturón de Orión.
Wao, escuchen el oleaje, al parecer son más de las 7, pues las olas golpean con más intensidad a esas horas.
¡Salgamos! Debo mostrarles una última cosa.
-Oye, oye diego, tú también sal, nadie debe quedar aquí, ya tendrás tiempo para usar los binoculares, tienes toda la madrugada, puedes dejar tu mochila aquí.
Bien, salgamos por detrás, es cerca de una mini cueva, al parecer tiene miles de años, por más que llueve nada que cambia su estructura, ni el viento la altera lo suficiente. Lo único fue un sismo hace unos 15 años, el fondo estaba algo extraño, como desnivelado, y hubo un deslizamiento, pero no había más que trastes. Luego de eso lo desalojaron, y vaya que fue bueno, miren ahora lo que hay, ya llegamos.
- Parece polvillo de hada
- Jajaja, no Diana, no lo es
- ¿No estará encantado ésto Miss Becker?
- Oh Diego, tú no eres de creer en esas cosas
- No, pero sería divertido -Responde-
- Sí que lo sería, Angela, no has dicho ni una palabra en todo el recorrido, he escuchado murmullos, pero ninguno con tu voz
- No creo que haya que decir algo Srta, todo ésto parece mágico, la magia no merece más que silencio, y ser apreciada
- Es cierto, te comprendo totalmente...
Bien -Prosiguió Miss Becker- Acerquémonos un poco más, las luciérnagas no comen, o bueno, no he escuchado de ningún caso.
Luego de un rato en la cueva, todos volvieron a casa, los chicos acamparían detrás de la casa de Becker, sólo Diego y Angélica quedaron en la terraza.
Y, adivinen quién se tiró por la vertiente esa madrugada estrellada...
No fue miss Becker, no fue Diego, no fue Angélica ni los primos de Dian... Pues ya para qué nombrarla.
Diana fue quien planeó el viaje, trajo los binoculares, trajo un diario para que Angélica en silencio escribiese ya que no era de hablar mucho... Y para ella, sólo ahorró valor, siempre había soñado con tirarse de un acantilado, pero era asmática, podía morir, y que desgracia sería, que desgracia...
Pero no para ella, ella disfrutó el viento que hubo mientras estuvo en el aire, si no hubiese sido por las rocas que no se veían, hubiese sobrevivido.
Desgracia para Diego, que la amaba.
El último día de estadía, todos estaban sorprendidos, arrepentidos de ir hasta allá, y tristes, sin duda, pues regresarían sin el alma del grupo.
La madrugada que debían irse los chicos, Miss Becker invitó a Diego otra vez a la cueva, él fue en silencio, a lo que se paralizó, lo comprendió, miro el fondo, ya no habían miles adentro, todas estaban alrededor, y sólo una adentro, entonces esa luciérnaga volaba en círculos, a lo que Diego se acercó, era la pulsera de Diana.
Qué bella luz, no la de la luciérnaga, sino la de la pulsera.
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