Todo se ha ido desmoronando.
El temor de quedar atrapada en tan hermoso país, con tan terrible situación.
Porque, coño, no es sólo que me gusta mi país, es que es lo que quiero ahora mismo. ¡Aquí crecí, carajo, y es el país que deseo ver crecer también, y lo estoy perdiendo! No es que yo desee irme porque quiera indagar y conocer más, es que la situación me dice que no estoy haciendo nada, cuando realmente estoy laborando y estudiando. ¡Y se supone que es lo que uno hace para ir surgiendo! Y luego, si se desea, ir afuera.
Pero no. A nosotros nos están corriendo...
Porque, coño, no es sólo que me gusta mi país, es que es lo que quiero ahora mismo. ¡Aquí crecí, carajo, y es el país que deseo ver crecer también, y lo estoy perdiendo! No es que yo desee irme porque quiera indagar y conocer más, es que la situación me dice que no estoy haciendo nada, cuando realmente estoy laborando y estudiando. ¡Y se supone que es lo que uno hace para ir surgiendo! Y luego, si se desea, ir afuera.
Pero no. A nosotros nos están corriendo...
Acá soy nadie, y afuera he de ser menos.
¿Qué quedará de los venezolanos? ¿Qué para ellos? Nosotros.
No hay presente satisfactorio, y no sabemos dónde se encuentra nuestro futuro.
Ya no sabemos en quién o en qué confiar. Ya no queremos creer, pero vivimos el día a día queriendo algún milagro.
Sin embargo; si ocurre, estoy segura que desconfiaremos igual, porque ya han habido simulacros... Y es que nos han fallado tanto, que no sabemos identificar realmente la veracidad de una buena noticia.
Los venezolanos ya no sonreímos.
Ahora, trabajamos llorando,
para buscar algo que nos alcance, llorando,
para comprar lo que se consiga, llorando
para manejar, pendiente de quién nos quiera rebasar por el agobio, e ir tragándonos los semáforos en rojo... llorando
o andar por las calles sudando, en un trajín constante, llorando
para llegar a casa, llorando
calmando a nuestros niños, a nuestras familias, intentando formar un poco de paz diciendo que todo está bien, o que al menos todo esto no es tan malo como parece
(aunque sea peor de lo que parece realmente),
e intentamos ahorrar lo que podamos, y nos servimos comida, llorando,
conversando acerca de cómo lloran las demás gentes, intentando salirnos de ese montón, aunque internamente entendamos, porque, por más que queramos hacer como que no, pues la verdad es que sí...
somos de ese montón.
Y bueno, también están los que luchan en las calles con pancartas, y gritos de esperanzas,
y luchan,
y luchan,
y... que a veces ya no saben por qué luchan, por quién,
pues de pronto se ven perdidos perdiendo hermanos, mártires que necesitamos,
viendo cómo los tiranos sonríen todavía con tanta grosería en sus rostros,
y entonces, los que luchan animan a luchar a quienes están aún ensimismados
-como patada de ahogados-
mientras realmente
entre grito, y grito
ellos lloran.
¡Intentamos no maldecir!
Pero nos escupen,
nos ahogan,
nos pisotean,
¿Y qué más nos queda?
Si nuestras armas son nuestras voces.
Entonces maldecimos, en un grito desesperado por esperanza.
Porque es de lo que jamás queremos carecer,
de esperanza.
De esperanza, fe, y voluntad.
Porque debemos tener voluntad de seguir...
Cada quien
en la lucha
a su modo,
llorando, o no.
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